Sanar no es ese estado idílico que imaginamos como la perfección absoluta.
Sanar tiene mucho más que ver con la experiencia de enfrentarnos con las ideas y creencias que no nos permiten sanar. Las creencias que nos alejaron y nos alejan cada día de nuestro estado natural de salud y equilibrio.
¿Porque no sanamos?
¿Porque se sabotean nuestros esfuerzos?
¿Porque tanteas veces “lo saludable” está relacionado con lo complicado o lo inaccesible???
Cada persona venimos con vida propia, un paquete de experiencias únicas, y las creencias que creamos entorno a ellas. Hoy quiero explorar una en particular, que suele ser recurrente entre las mujeres.
Es verdad. La mujer, o el aspecto femenino del ser humano, contiene la habilidad intrínseca para dar, para cuidar, para nutrir, para sostener y abrazar. En su aspecto positivo, el dar, el nutrir a otro, es un ejercicio que está a la raíz del mayor placer y la felicidad más profunda del ser humano. Nos encanta dar. Amamos saber que fuimos un regalo para alguien más. Y cuando agradecemos a otro, lo estamos reconociendo en su propia capacidad de darnos algo que recibimos, algo único que nos regala a través de su esencia y su forma de ser.
A través de nuestra historia como mujeres en un mundo en el cual lo masculino y lo femenino se han confrontado competitivamente en vez de unirse de forma complementaria, los hilos de nuestros linajes extienden hasta nosotras creencias y hábitos que aún hasta las mujeres más liberadas, mas despiertas y mas trabajadas suelen encontrarse recurrentemente infiltrándose a muchos rincones de sus vidas.
Una de esas creencias es que el acto de dar es un deber y una parte indispensable para ser “Buenas” o “Mejores” mujeres. Muchas hemos recibido la educación y el ejemplo de que nuestro valor en el mundo esta medido por cuanto somos capaces de dar, de hacer, de cuidar, de organizar, de gestionar.
Está tan inculcada esta creencia que no solo entra en juego una incapacidad a decir no a solicitudes externas que no nos convienen o que nos hacen daño, sino que también somos culpables de imponemos a nosotras mismas el TENER que hacer muchas cosas por los demás que nadie nunca ni siquiera nos pidió!
Inevitablemente, este tipo de dar, el que “debemos”, “tenemos”, y nos sentimos “obligadas” a “sacrificar”, viene acompañado con un toque o una tormenta de rencor. Porque conscientes o inconscientes, sabemos que el costo muchas veces somos nosotras mismas.
Cuando constantemente nos enfocamos AFUERA, en el otro, en como está el otro, en que siente el otro, en que necesita el otro, en que quiere el otro… Nos quedamos alejadas de NOSOTRAS. Esto perpetúa una desconexión, un alejamiento, y una distancia que resulta en que cuando nos llegamos a preguntar a nosotras mismas “que necesitamos”, rara vez encontramos la respuesta.
Ésta misma creencia viene acompañada de una historia repetitiva que nos cuenta nuestra cabeza de que pensar en nosotras mismas es ego-centrista, egoísta, o narcisista.
Pero no me mal-interpreten. Quiero volver a afirmar que el DAR es lo que más goza y disfruta el ser humano. Justo a eso me refiero. Dar GOZANDO implica que estemos presentes con nosotras mismas sintiendo y disfrutando de la experiencia de dar y esto requiere que hayamos elegido dar como algo que nos hace bien y que QUERRAMOS estar haciendo.
Cuando sentimos rencor, enojo, o frustración mientras hacemos algo, nos toca detenernos y preguntarnos:
¿Para quién lo estamos haciendo?
¿Porque lo estamos haciendo?
¿Que recibimos al hacerlo?
Y entonces con mas claridad vuélvete a preguntar ...
“¿Quiero estar haciendo esto?”
Si no logras encontrar el punto desde el cual puedes asumir una perspectiva que se enfoque en la parte de esa experiencia que te hace BIEN, entonces ¡PARALÓ! ¡Por Favor! La realidad es que no solo te estás haciendo daño a ti misma, sino que será muy difícil que el otro disfrute de tu labor.
La realidad, es que a veces el cambio de perspectiva es tan simple como cambiar un “TENGO QUE HACERLO” por un “QUIERO HACERLO” o “ME SIENTO AFORTUNADA DE PODER HACERLO”. Cuando “tenemos” que hacer algo, nuestra atención esta afuera de nosotras, sea en la necesidad del otro, en las cuentas que hay que pagar, en las tareas que hay que cumplir. Cuando regresamos a nosotras mismas y decidimos que QUEREMOS hacerlo, nos damos cuenta que atender a nuestros hijos nos puede generar un enorme sentimiento de amor, que pagar las cuentas nos hace sentir estables, seguras, y nos permite tener acceso a servicios de los cuales gozamos, que en cada tarea hay espacio para mi creatividad y gozo, y que cuando algo que estoy haciendo me esta haciendo mal, que solo nosotras tenemos el deber y somos capaces de elegir retirarnos a tiempo.
Y bueno, por habituadas a dejarnos hasta el final en un mundo donde el final no existe, el resultado frecuentemente es descuidarnos. Y eventualmente, gracias a que nuestro cuerpo nos ama, siempre nos habla, y siempre busca nuestra salud, bienestar y equilibrio, nos llama.
Cuando llega ese momento, nuestra atención es secuestrada por el llamado a SANAR.
Sanar nuestro cuerpo, nuestro alma y nuestra mente.
Es un llamado que una vez se hace presente, es muy difícil de ignorar. SANAR es un proceso único en cada persona, pero podría generalizar diciendo que sanar es regresar nuestra mirada a nosotras mismas, y atender nuestras necesidades.
El llamado a sanar se presentará con cierto nivel de incomodidad, dolor, shock, o disgusto. Algo que nos sacuda de nuestra rutina habitual y nos despierte de nuevo a la consciencia. Algo que nos exija atención, movimiento, cambio. Ese cambio que la seguridad aborrece, ese cambio que cuanto más lo evitamos, lo más FUERTE se convierte su llamado. Ese cambio que una vez nos lanzamos, nos abrirá el caminos de descubrimiento de quienes somos, que necesitamos, y que estamos aquí para dar. Realmente!
El llamado se manifiesta de muchas maneras. Puede ser una tensión general, un cambio en estado de animo, o en tus niveles de tolerancia y aceptación del mundo a tu alrededor. Puede ser un dolor físico, o a la vez una incapacidad de sentir placer. Quizás invade tu mente y ya no logras concentrarte o dormir bien, o te agotas fácilmente y la energía no parece rendir para las tareas cotidianas. Quizás se apagó la chispa que te daba el impulso y la motivación para lograr tus metas. Tal vez perdiste algo o alguien que pensabas fundamental para existir y el llamado viene en forma de un vacío. O tal vez el llamado es confrontarte con un deseo que no llega, como un embarazo que no se logra. O tal vez el llamado llega con la llegada de lo que mas temías, o lo que menos te esperabas, como un embarazo no deseado, una enfermedad, o una perdida.
La Sanación requiere que nos movamos de lugar y exploremos nuevos territorios desconocidos. Que volteemos la mirada y nos permitamos ver algo diferente a lo que siempre hemos visto. Sanar es crecer, es aprender, y es dejar ir eso que ya no nos sirve y nos impide transformarnos.
Sanar SIEMPRE implicará ir a encontrar esos rincones donde hemos abandonado nuestro poder. Donde nos hemos abandonado. Sea porque queríamos hacer a otro sentirse mas poderoso, o porque nos convencimos de que teníamos el deber de satisfacer las necesidades de otro para ganar su amor, o porque nos comprometimos a cargar con una herencia generacional para asegurar nuestra pertenencia a nuestro clan familiar.
Regresar a nosotras ES el acto de AMOR PROPIO.
Sanar es el acto de reconocernos merecedoras de nuestra atención.
Es elegirnos como nuestra prioridad.
Y es soltar la culpa que tantas veces sentimos cuando lo hacemos.
Una vez logramos esto, entonces los cambios empiezan a ocurrir casi por si solos.
Empezamos a disfrutar los ejercicios, empezamos a retirarnos de situaciones estresantes y tóxicas, empezamos a desear alimentos saludables, empezamos a gozar y celebrar lo bien que se siente llenar mi cuerpo con ingredientes vitales. Empieza a cambiar mi forma de percibir mi enfermedad o síntoma. Empiezo a apreciar su guía con agradecimiento. Empiezo a responderme a mis necesidades con cariño y respeto. Empiezo a amar mi cuerpo.
No te rindas. Muchos días requerirán del esfuerzo de recordarte que nadie puede ser más importante para ti que tú. Para reafirmarte que todos los seres que amas se verán beneficiados de que tu estés bien.
Amo trabajar con las mujeres durante la pre-concepción, el embarazo y la crianza.
De manera solapada, puedo hacer que una mujer se cuide a si misma convenciéndola de que lo hace por su bebé que habita dentro de su cuerpo. Como es el ser que “más ama en este mundo”, y la única vía de acceso es a través de si misma, por primera vez en su vida, muchas mujeres están dispuestas a hacer todo lo necesario para resguardar la salud y el bienestar… de sus bebés. Lo hacen con gozo, con amor, y con dedicación. La magia ocurre cuando lo experimentan en si mismas, se dan cuenta de los beneficios y como estos se ven reflejados a través de tantas facetas de sus vidas. Experimentan el poder de regresar a si mismas y de amarse.
Ahora te invito a tomar un momento frente a un espejo,
a mírate a los ojos y a decirte en voz alta:
Me comprometo a nunca dejarme.
Me comprometo a amarme a través de mis logros y mis retos.
Me comprometo a hacer las paces con las partes de mi que no puedo cambiar.
Me comprometo a trabajar con las partes de mi que pueden crecer, evolucionar y expresar la mejor versión de mi.
Me comprometo a hablarme con amor y ser paciente y tolerante conmigo misma.
Me comprometo a hacerme responsable de mi poder, de mi salud y de mi vida.
…. Y de repetírtelo todos los días.
Entonces cuando tu cuerpo y/o tus emociones te estén llamando, tomate un momento para voltear tu mirada hacia ti, y pregúntate.
“¿Que estoy sintiendo?”
“¿En que/quien me estoy enfocando?”
“¿Que estoy creyendo que me hace sentir así?”
“¿Cómo me quiero sentir?”
“¿Qué necesito?”
“¿En que me puedo enfocar, que puedo hacer o dejar de hacer para atender mi necesidad?”
Si estas lista para embarcar en tu viaje de Sanación, el primer paso será comprometerte a regresar a ti misma.